—Hay una consigna del Partido sobre el control del pasado. Repítela, Winston, por favor.
—El que controla el pasado controla el futuro; y el que controla el presente controla el pasado —repitió Winston, obediente. —El que controla el presente controla el pasado —dijo O'Brien moviendo la cabeza con lenta aprobación—. ¿Y crees tú, Winston, que el pasado existe verdaderamente? …/… Te lo explicaré con más precisión. ¿Existe el pasado concretamente, en el espacio? ¿Hay algún sitio en alguna parte, hay un mundo de objetos sólidos donde el pasado siga acaeciendo? —No. —Entonces, ¿dónde existe el pasado? —En los documentos. Está escrito. —En los documentos... Y, ¿dónde más? —En la mente. En la memoria de los hombres. —En la memoria. Muy bien. Pues nosotros, el Partido, controlamos todos los documentos y controlamos todas las memorias. De manera que controlamos el pasado, ¿no es así? —Pero, ¿cómo van ustedes a evitar que la gente recuerde lo que ha pasado? —exclamó Winston olvidando del nuevo el martirizador eléctrico—. Es un acto involuntario. No puede uno evitarlo. ¿Cómo vais a controlar la memoria? ¡La mía no la habéis controlado! …/… —¿Cuántos dedos hay aquí, Winston? —Cuatro. —¿Y si el Partido dice que no son cuatro sino cinco? Entonces, ¿cuántos hay? —Cuatro. La palabra terminó con un espasmo de dolor. La aguja de la esfera había subido a cincuenta y cinco. A Winston le sudaba todo el cuerpo. Aunque apretaba los dientes, no podía evitar los roncos gemidos. O'Brien lo contemplaba, con los cuatro dedos todavía extendidos. Soltó la palanca y el dolor, aunque no desapareció del todo, se alivió bastante. —¿Cuántos dedos, Winston? —Cuatro. La aguja subió a sesenta. —¿Cuántos dedos, Winston? —¡¡Cuatro!! ¡¡Cuatro!! ¿Qué voy a decirte? ¡Cuatro! La aguja debía de marcar más, pero Winston no la miró. El rostro severo y pesado y los cuatro dedos ocupaban por completo su visión. Los dedos, ante sus ojos, parecían columnas, enormes, borrosos y vibrantes, pero seguían siendo cuatro, sin duda alguna. —¿Cuántos dedos, Winston? —¡¡Cuatro!! ¡Para eso, para eso! ¡No sigas, es inútil! —¿Cuántos dedos, Winston? —¡Cinco! ¡Cinco! ¡Cinco! —No, Winston; así no vale. Estás mintiendo. Sigues creyendo que son cuatro. Por favor, ¿cuántos dedos? —¡¡Cuatro!! ¡¡Cinco!! ¡¡Cuatro!! Lo que quieras, pero termina de una vez. Para este dolor. |
1984. Tercera Parte. Cap. II.
Ya lo decía Orwell, si controlas la mente y, además, controlas los documentos, lo demás también es tuyo, y donde hay cuatro dedos habrá cinco si el Gran Hermano así lo decide.
Eso mismito intenta hacer el Gran Hermano Bush doquiera va. Y la tortura de la que hablan algunos medios no es tal, sino sólo un método de gestión de conciencias, si se hace como parte del 'doblepensar', o de gestión de información si, como en Abu Ghraib, se pretende obtener cierta información por la vía rápida.
Y tampoco hay mayor problema para controlar la documentación. Que hay que construir pruebas para invadir un país, se construyen; si hay que hacer desaparecer 2.000 comprometedoras páginas de un informe sobre Abu Ghraib se hacen desaparecer y sin problemas.
Pero claro, no cuentan con la popularización de las tecnologías, en general, y con Internet, en particular. No digo que finalmente no lo consigan, y le metan mano también al control de la información y/o contrainformación que se mueve por Internet, pero, de momento, no pueden controlar que algunos soldados hagan fotos y las manden por correo electrónico a sus amigos como recuerdo; o que exista gente que publique cosas más o menos insidiosas en sus blogs.
Existen artilugos como el ambientador USB, pero aún no han inventado el martirizador electrónico vía USB. Aunque mejor me callo y no les doy ideas.
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