jueves, enero 12, 2006

Apocalípticos e integrados

Un relato de Adriano Morán. (Diario de un Jabalí):

Era un espacio tan puro que sólo corría el aire contaminado por los vehículos. No había putas en la calle ni borrachos meándose en las esquinas de las catedrales aunque los asesinatos, atracos, violaciones y las enfermedades cancerígenas y coronarias no dejaban de aumentar. Los intereses comerciales del Club Bilderberg habían derivado al agotamiento de los combustibles fósiles. La siguiente estrategia se basaba en el hidrógeno y en la localización extrema de los consumidores para un posterior e infalible lanzamiento en masa de la fuente de enegía del futuro.

Por el momento, entendían que la mejor forma de controlar a la población era limitar sus vicios. De esta modo manejaban sus horarios –es bien sabido que los vicios crean hábitos, no es nada nuevo- y desde la segunda Ley Seca los reductos de consumidores de alcohol se hallaban bien definidos y su nivel de consumo perfectamente controlado mediante las tarjetas personales y los dispositivos de geolocalización. Resultaba irónico que precisamente el afán de crecimiento tecnológico de los sectores más cultos de la población hubiera conducido al control de su intimidad.

En cierto modo, los apocalípticos eran más libres, habían previsto que lo que los otros consideraban una forma de aumento de las capacidades personales, no era sino otra forma de control. Ahora los integrados vivían en cubículos y cumplían escrupulosamente sus horarios, aunque sus escapadas de fin de semana -inocuas a efectos comerciales y productivos- y su consumo controlado de drogas de síntesis, creaban cierta ilusión frívola de libertad psicotrópica.

Aquellos rebeldes tecnológicos que lucharon contra las patentes y la propiedad intelectual habían sucumbido a su propia tecnología viral. Ahora la cultura era unipersonal. Cada persona era especial por lo que ninguna persona era especial. Por primera vez en la historia, la cúspide cultural era la más manejable y sólo quedaban fuera del influjo de los grandes estudios mercadotécnicos los que se negaban a utilizar los chips de extensión neuronal. Aquellos que a principios del siglo XXI preconizaban la liberación de la masa y el libre intercambio cultural a través de la tecnología ahora se postraban, sin remedio, a los designios de las multinacionales que fabricaban sus extensiones.
Buen comienzo para un buen relato...

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